En nuestra conferencia “Cómo las Creencias Afectan Nuestra Salud”, hablábamos precisamente del poder que tienen nuestros pensamientos en nuestra salud y en nuestro bienestar en general. Recibí muchos comentarios y preguntas con respecto a uno de los temas que abordé durante la conferencia: El Efecto Placebo y el Efecto Nocebo.

El Efecto Placebo, mucho más conocido y que sus primeras menciones en la historia datan del Siglo XVI cuando la Iglesia Católica dio impulso a los placebos para desacreditar a los que lucraban con los exorcismos, se le ocurrió mostrar falsos objetos sagrados a aquellos que decían estar poseídos por el demonio y si dejaban de estar poseídos, se demostraba la falsedad de la posesión. La idea cundió entre la comunidad médica y a partir del siglo XVIII se extendió el uso de tratamientos inocuos.

Entonces, el Efecto Placebo puede definirse como la capacidad que tienen algunas personas para curarse de un trastorno o aliviar un dolor tomando una medicina o recurriendo a una terapia, inocua y sin eficacia, debido a que creen en los beneficios de dicho tratamiento. La especificidad del efecto placebo depende de la información dada al paciente, es decir, la expectativa, lo que el paciente espera. Hay algunos efectos asociados con el tratamiento, como la atención médica o de enfermería y la relación médico-paciente, que pueden mejorar los beneficios del tratamiento.

Un equipo de neurólogos de la Universidad de Michigan, liderado por el investigador David J. Scott, ha descubierto que, cuando una persona cree que va a tomar una medicina eficaz, en su cerebro se activa una región relacionada con la habilidad de experimentar un beneficio o una recompensa (el núcleo accumbens) y segrega una sustancia denominada dopamina, que produce un efecto analgésico.

Sin embargo, ese mismo poder del cerebro humano para inducir una curación o un alivio físico a partir de una creencia positiva, tiene su lado contrario: el menos conocido y poco investigado Efecto Nocebo (del latín nocebo, “dañaré”), que se manifiesta como el declive de la salud a causa de la creencia del paciente de que la terapia no funcionará o incluso que será perjudicial.

Los pacientes que no creen en el tratamiento pueden experimentar empeoramiento de los síntomas. Por ejemplo, a los participantes de un estudio a los que se les administra un placebo se les informa de que van a experimentar una lista de efectos secundarios negativos y desarrollan una actitud negativa hacia el placebo que les conlleva a experimentar dichos síntomas.

Este es un claro ejemplo de cómo nuestras creencias, nuestras expectativas, nuestras enseñanzas tienen una poderosa influencia sobre nuestra salud. Podemos actualizar estas creencias para que trabajen a nuestro favor y lograr recuperar el poder de autosanación para el que nuestras células están diseñadas. Si deseas profundizar en el tema, te invito a ver nuestra conferencia en el enlace a continuación

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