Cuando se trata de saber si hemos hecho buen trabajo como mamás, los hijos son los que nos dan la respuesta.
En el momento de iniciarmos en el hermoso camino de ser padres, las emociones que sentimos pueden ser muy variadas: ansiedad, gozo, inquietud, temor, alegría, felicidad, ilusión.
Todas estas emociones son el producto de saber la gran responsabilidad que implica tener en nuestras manos la vida de seres tan frágiles que al principio de su vida dependen entramente de nuestra habilidad y forma de cuidarlos.
Recuerdo el momento en que la enfermera me hizo firmar unos papeles en el hospital donde nació mi primera hija hace ya 17 años. La sensación de firmar de recibido a una bebé que estaba sana y llena de vida, lista para salir al mundo y que esa firma significaba que de ahí en adelante dependería de mí su vida, su integridad, su salud, su educación, hizo que me salieran las lágrimas.
Me pude dar cuenta al recibir a mi primer bebé en mis brazos, que era un Ser Humano lo que se me estaba entregando y que para toda la vida esa unión y conexión que ya habíamos empezado a sentir desde que estaba en mi vientre, sería para toda la vida… quizá para toda la eternidad.
Me inicié como mamá con tanto gusto, con temor al principio de no saber siquiera como bañarla o reconocer si necesitaba comer, o dormir, o ser abrazada. Sin embargo, cada minuto que pasaba me dí centa que ella y yo teníamos una comunicación muy profunda, plena y constante.
Al nacer mi segundo hijo, 10 años atrás, me sentía con mucha más seguridad. Los primeros 6 años de ser mamá me habían dado la certeza de que ser mamá era algo bello, natural y que podía hacer un buen trabajo por segunda vez. En esta ocasión, fué un niño. Fuerte y muy activo y a diferencia de lo que yo imaginaba, fué como volver a ser mamá por primera vez.
Ahora cuidar de un bebé varón tenía otras características. Aprendí de nuevo a ser mamá, pues cada hijo es único, tiene su propio ritmo, caracter, horarios y temperamento.
Había desde hacía varios años leído ya muchos libros en relación a la formación de las experiencias y creencias en la mente de los pequeños, así que puedo decir que me sentía con más armas que la mayoría de los papás que yo conocía para ir formando desde casa a mis propios hijos.
Recuerdo que cuando supe que los niños a la edad de 7 años han oído la palabra «NO» decenas de miles de veces, hice el propósito de encontrar otra forma de comunicarme con ellos cuando estuvieran haciendo algo que fuera incorrecto o peligroso para ellos. Encontré la expresión «HEY», como una forma de llamar su atención para después decirles, mira esto, hazlo con cuidado, vamos por este otro lado, pongamos eso en su lugar, etc.
Mi papá que observaba siempre que lo visitabamos cómo nos desenvolvíamos como mamás todas sus hijas, siempre admiró la forma en que con cuidado, atención y amor íba dando dirección a las actitudes y acciones de mis hijos. Hoy en día sé que admira mucho el resultado que vamos teniendo en su formación.
Cuando mi hija se acercaba a los 12 años, amigas y familiares me decían: «Espera a que llegue a la adolescencia, cuando les entra la punzada y entonces sí vas a ver que terribles se ponen los hijos.» Cada vez que oía ese comentario yo respondía, yo me estoy preparando para disfrutar de ese momento en la vida de mi hija; y efectivamente, estos años han sido una delicia.
Ha sido maravilloso tener conversaciones con ella sobre su trancisión a la vida adulta, descubrir juntas sus talentos, pasiones, sueños. Acompañarla de compras o al salón de belleza verla experimentar con estilos, colores buscando encontrar su propia personalidad. Conocer a sus amigos y amigas, saber cómo se divierten, actualizarme en música, videos y programas de cómputo… ha sido fabuloso.
Con mi hijo de 10 años, he aprendido a disfrutar de los juegos de niños, jugar a las escondidillas, observarlo en sus clases de natación, karate o gimnasia e incluso gritar emocionada en sus partidos de futboll soccer.
Le hemos enseñado a tener una buena relación con el dinero desde pequeños, aprender a ahorrar, a invertir, a planear, a trabajar por metas, a ser generosos, a apartar dinero para dar. Es muy gratificante ver a un niño de esa edad que puede tener sus ahorros en un frasco frente a él sin sentir que tiene que correr a gastarlos y que a cambio está pensando cambiarlos por una moneda antigua o ponerlos en el banco preguntando cuál es la mejor taza de interés.
Lo que nosotros como padres podemos dar a nuestros hijos en formación, valores, y principios es invaluable. No debemos perder la oportunidad de ir cuidando su desarrollo físico, mental y emocional.
Estas dos últimas noches mi pequeño estaba enfermo, con fiebre y sintiéndose realmente débil fisicamente. Hoy por la mañana se levantó diciendo: «Mamá, gracias por cuidarme estos días, sobre todo en las noches». El no recordó que era el día de las madres en México, pero su agradecimiento y su abrazo fué tan espontáneo que valió por eso todavía más que el abrazo y el beso que la tradición marca.
Hace una semana, cuando me vió saludando y acariciando a dos pequeñitos de 3 y 1 año de edad de una familia cercana, me dijo: «Mamá, yo creo que sus papás se dieron cuenta que tú sabes cómo tratar a los niños muy bien, ojalá que aprendan como tú lo haces». Solo le sonreí y le dije, ellos como papás también están aprendiendo, ojalá les haya ayudado.
Un ratito más tarde, ya en el coche se quedó un rato callado y me dijo: «Mamá, ¿sabes? yo creo que has hecho muy buen trabajo conmigo».
Cuando mi hijo me dijo esa frase no pude mas que parar a un lado el auto y decirle viéndolo a los ojos. «Mi niño, tú no sabes lo que esas palabras significan para una mamá. Gracias por hacerme sentir que he sido una buena mamá«.
No hay mejor reconocimiento para una madre que el que sus propios hijos le pueden dar.
¿Tu, qué opinas?
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